Reflexión política |Las dos caras de la justicia social
Una opinión editorial para pensar (y sentir) la política a mitad de semana.
Hi Ruler,
Hay conceptos que cargan belleza. Otros, fuerza. Algunos, historia. Y muy pocos, como la justicia social, cargan todo eso y algo más: poder simbólico.
La justicia social es una de esas ideas que no se cuestionan fácilmente. Quien la invoca, se reviste de legitimidad. Quien se opone, parece cruel o desalmado. No es una teoría: es un escudo. No es una política: es una moral. Y eso es, al mismo tiempo, su virtud y su peligro.
Porque lo que no se puede cuestionar, tampoco se puede gobernar.
Y lo que no se puede gobernar, se vuelve dogma.
Hoy quiero invitarte a pensar estratégicamente sobre la justicia social. A sacarla del altar y ponerla en la mesa. No para deslegitimarla —sería una ingenuidad cínica—, sino para comprender cómo actúa, quién la utiliza, cuándo transforma y cuándo paraliza.
Este es uno de esos temas en los que no podemos ser espectadores ni creyentes. Nos exige ser arquitectos del poder. Pensar la justicia social como dispositivo. Como tecnología cultural. Como fuerza de diseño político.
Y preguntarnos, con frialdad estratégica: ¿Está funcionando? ¿Para quién? ¿Con qué consecuencias?
I. Justicia social: el mito fundacional del siglo XX
El término “justicia social” nació en el siglo XIX, en un contexto donde la modernidad capitalista ya había mostrado sus efectos secundarios: explotación laboral, pobreza urbana, desigualdad obscena. Fue el pensamiento católico, curiosamente, el que primero lo formuló como doctrina: la idea de que la sociedad debía garantizar condiciones mínimas de vida digna para todos sus miembros.
Con el tiempo, lo adoptaron el socialismo democrático, el liberalismo en su versión más centrista, el keynesianismo y casi todas las corrientes del reformismo moderno. Se convirtió en el corazón simbólico del Estado de bienestar: un acuerdo entre el mercado y la política para corregir las injusticias estructurales sin romper el sistema.
La justicia social legitimó políticas públicas de enorme impacto:
La educación y la salud públicas.
Los sistemas de pensiones.
La vivienda social.
Los subsidios a la infancia, la vejez, el desempleo.
Fue una palanca de poder legítimo. Transformó millones de vidas. Y con ello, se convirtió en narrativa fundacional de muchas democracias modernas.
Pero también, poco a poco, fue mutando.
II. De estructura a identidad: el giro emocional
La justicia social del siglo XXI ya no se parece tanto a su versión original.
Hoy, en muchas partes del mundo, el foco se ha desplazado: de las estructuras materiales a las identidades simbólicas. De la redistribución de riqueza a la redistribución de visibilidad. De los derechos sociales al reconocimiento personal.
Este giro tiene sentido histórico: es hijo de las luchas por los derechos civiles, de los movimientos feministas, antirracistas, LGTBIQ+. Y, en muchos casos, ha sido necesario para visibilizar discriminaciones ignoradas durante siglos.
Pero cuando ese movimiento se transforma en parámetro moral absoluto, cuando convierte cada diferencia en un agravio, cada desacuerdo en violencia simbólica, y cada interlocutor en un opresor potencial… entonces ya no estamos en el terreno de la política, sino en el del dogma.
Lo que era herramienta de emancipación, se vuelve sistema de control.
III. El poder simbólico de la justicia social
En términos estratégicos, la justicia social no es solo una política pública. Es un discurso de legitimidad, un artefacto de poder. Y por eso, puede ser usado para fines muy distintos:
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a THE STRATEGY BY MISS POLÍTICA para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.